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La reproducción sexual comenzó desde el reino vegetal, cuando se desarrollaron plantas con sexo femenino y masculino. En los seres asexuados la reproducción se da mediante la duplicación de la molécula de ADN, por lo que de una célula madre, surgen dos células hijas que presentan exactamente el mismo código genético. La naturaleza creó la reproducción sexual ya que de esta forma los genes de dos organismos diferentes se recombinan, creando un ser con un código genético completamente distinto. Para lograrlo la naturaleza crea células que solo tienen la mitad de los cromosomas y el código genético, mediante un proceso conocido como meiosis, estas células son los gametos.
En el ser humano el gameto femenino es el óvulo y se produce en los ovarios de la mujer. Y el gameto masculino es el espermatozoide, y se produce en los testículos del hombre.
Mientras que la mujer solo produce un óvulo maduro cada mes, el hombre es capaz de producir millones de espermatozoides y expulsarlos en cada eyaculación.
Los gametos son células muy especiales ya que solo contienen la mitad de los cromosomas, por lo que se les llama células haploides. Para lograrlo se producen a través de varias etapas de división celular.
En el momento de la fecundación, cuando el óvulo y el espermatozoide se unen, también se unen sus núcleos y sus cromosomas se recombinan llegando a tener nuevamente los 24 pares, es decir el total de los 48 cromosomas del genoma humano. El óvulo fecundado, ahora llamado cigoto se ha convertido en una célula diploide, con dos cromosomas cada par.
La sexualidad y la fecundación son verdaderos milagros de la vida. El tener un hijo es una de las mayores dichas de los seres humanos, a la vez que es la única forma que conocemos hasta ahora para perpetrar la especie. Sin embargo, cuando el embarazo no es planeado y ocurre fuera de tiempo puede ser un problema para la pareja, para la mujer o para la joven embarazada.
La sexualidad está determinada genéticamente por los cromosomas X-X (para la mujer) o X-Y para el hombre. Aún desde antes del nacimiento, por imagenología, como la ecografía también llamada ultrasonido, podemos ver las diferencias entre el cuerpo del feto masculino o femenino. Es en la pubertad cuando el hipotálamo estimula a la glándula hipófisis y se producen una serie de hormonas (gonadotropinas) que estimulan a las gónadas, es decir las glándulas sexuales. Como consecuencia, las gónadas entran en una mayor actividad, lo que se traduce en una serie de cambios que generan los caracteres sexuales secundarios en la mujer, y en el hombre.
En la mujer es el crecimiento de las mamas, o pechos, el ensanchamiento de la cadera y la aparición de vello en diferentes partes del cuerpo como las axilas o en los órganos sexuales. En la mujer los estrógenos son las hormonas responsables en estos cambios, estas sustancias se producen en los ovarios, que son las gónadas femeninas.
En el hombre es el engrosamiento de la voz, el ensanchamiento de la espalda y hombros, en general, una mayor masa muscular y una marcada aparición de vello en diferentes zonas del cuerpo, principalmente en axilas y genitales. En el hombre la hormona responsable de estos cambios es la testosterona, que es producida por los testículos.
Cabe señalar, que tanto en el hombre como en la mujer existen las hormonas femeninas y masculinas y son necesarias para conservar la salud y equilibrio corporal; sólo que en la mujer la producción de testosterona es mucho menor, mientras que el hombre los estrógenos tienen niveles muy bajos. Cuando estos porcentajes se alteran se generan los caracteres sexuales secundarios del sexo opuesto. Lo que da lugar a mujeres masculinizadas con voz gruesa y mayor vello en el cuerpo; o a hombres afeminados que pueden tener voz más aguda y desarrollar mamas (ginecomastia). En estos casos, el desequilibrio hormonal traerá como consecuencia el padecer muy diversos trastornos, dentro de los cuales el aparato sexual también se verá afectado, en muchos de ellos produciendo infertilidad.